Parece que fue ayer cuando me levantaba cada mañana y desayunaba leyendo un trocito del libro Un viaje interior, de Marcando el Polo. Hace años me enganché al proyecto de esta increíble pareja viajera, Dani y Jota, y desde entonces les voy siguiendo la pista en todas sus aventuras, con lo que sumé más inspiración a la mochila mientras me preparaba mentalmente para tomar la decisión de irnos a Sudamérica sin billete de vuelta. Nunca podré agradecerles lo suficiente ese empujón que, sin saberlo, me dieron. Más adelante, cuando ya estábamos en medio del viaje, tuve la oportunidad de ver a Jota -Dani no pudo venir por motivos laborales- y entrevistarle en Buenos Aires. Ahora que estamos confinados en casa debido a la crisis sanitaria mundial provocada por la expansión del coronavirus, espero que pases un buen rato leyendo la entrevista y que disfrutes con las anécdotas viajeras, reflexiones y aprendizajes que comparte en ella.
¿Por qué motivo decidiste estudiar la carrera de Turismo?
J: El Turismo fue un poco una búsqueda, porque pasa mucho cuando salís del Secundario [en Argentina] que estás medio perdido y que no sabés bien qué hacer… A muchos les pasa y yo creo que es claramente por un error del sistema de educación que no nos ayuda, porque no puede ser que a la gran mayoría le pase eso. Si te guiaran bien durante todo ese proceso… Tienen siete años para hacerlo.
Aquí [en España] suele ocurrir algo parecido.
J: Sí, los alumnos salen, no saben qué hacer y se preguntan: “¿Y ahora qué hago?”. La mayoría no aprendió nada en todo ese camino, no encontró ni sus gustos ni descubrió sus habilidades… Y yo era uno de esos. Si bien siempre tenía la vocación por lo que es la comunicación y escribir, entonces empecé con la carrera de Comunicación Social. Hice un tiempo y no me gustó. Cambié, después de un tiempo medio perdido hice administración de empresas -que no tenía nada que ver con nada, no sé por qué lo hice-, pero fue un periodo bastante corto. Y después sí, empecé a averiguar por la carrera de Turismo y ahí empecé a ver las materias que había: mucha historia, geografía e idiomas… Y dije, esto es lo que tengo que hacer. Me anoté en la carrera de Turismo y me enganchó desde el primer momento. Bueno, salvo cuando al primer momento nos dijeron: “Si quieren viajar, olvídense de estudiar turismo” (se ríe).
Entonces… ¿la carrera está más orientada a atender a los turistas y no tanto a viajar?
J: Sí, en principio sí. Después cada uno se dedica a lo que quiere, pero cuando vos estudias turismo, la gran mayoría de los que se reciben termina trabajando en turismo receptivo, en agencias de viajes o de guías de la ciudad o guías haciendo viajes por el país… Son los menos los que viajan.
¿Cuántos años teníais Dani y tú cuando os fuisteis de viaje?
J: Yo tenía 21. La carrera de Turismo es una carrera bastante intensa, son dos años de guía de turismo. Después, un año más para Licenciado. Hicimos eso dos años, la terminamos y ahí nos fuimos a viajar, pero la idea era estar tres meses.
De tres meses a tantos años como lleváis viajando… ¡Qué pasada!
J: Sí, éramos cuatro cuando nos fuimos. Primero, el viaje ese lo planeé con un amigo, un compañero de la facultad. Estábamos trabajando en la misma empresa de turismo -de guías- y dijimos: “Vamos a practicar inglés”. Y empezamos a buscar opciones. “Nos tomamos una licencia de tres meses en el trabajo y nos vamos a algún lugar a practicar inglés”, dijimos. Ya habíamos visto Sudáfrica, Inglaterra… Hasta que mi amigo viene con lo de Nueva Zelanda. Me dice: “Mirá, en Nueva Zelanda se puede aplicar para una visa de trabajo y, aparte, podemos trabajar y vamos a aprender más rápido porque trabajamos. Así recuperamos la plata del viaje”.
Es curioso mirar hacia atrás y ver cómo tomamos ciertas decisiones, ¿no?
J: Sí, fue bastante espontáneo. En principio éramos siete u ocho, todos emocionados por ir a Nueva Zelanda. Pero de a poco se fueron bajando, se fueron bajando… Hasta que quedamos mi amigo y yo. Y después a Dani también le interesó mucho la idea. Nos dijo: “Estaría bueno ir con ustedes…”. Pero tenía la duda de cómo me lo iba a tomar yo, porque el viaje lo había organizado con mi amigo, y que ella -que era mi pareja- quisiera venir… Igual éramos compañeros todos, de la misma facultad. Así que lo hablé con mi amigo y él súper contento de que viniera. “Es bueno tener a una mujer en el equipo”, dijo (se ríe). Aparte, Dani siempre fue muy metódica, muy consciente de las cosas. Nosotros un poco más bolados, más despelotados. Ella siempre con los pies más sobre la tierra.
Así que nos fuimos cuatro. Él se fue también con su pareja, empezaban a salir en ese momento, hacía muy poquito. Era una compañera de trabajo, recién empezaban a salir.
¿Era la primera vez que viajabais tan lejos en pareja?
J: Sí, hacía solo un año que nosotros estábamos saliendo. Queríamos probar. Como era por tres meses, decía: “bueno, qué tan malo puede ser… Vamos tres meses y vemos”. Y nosotros, la verdad es que estuvimos muy bien juntos. Ellos no tanto. De hecho, al final estuvimos un año y tres meses en Nueva Zelanda. Pero ellos estuvieron un año, viajaron un poco y apenas volvieron acá -a Argentina-, se separaron.
Así que ellos extendieron también el visado.
J: Sí, en principio íbamos por tres meses y nos quedamos los cuatro un año. Juntos habremos viajado seis meses, después ellos consiguieron un trabajo, por un lado, nosotros por otro y ahí ya nos separamos. Pero seguíamos en Nueva Zelanda.
¿En qué sitios estuvisteis trabajando?
J: Ahora en Argentina está muy de moda la Working Holiday Visa. Hay mil cupos por año y todos se llenan en una hora, pero cuando fuimos nosotros, quedaban abiertos por semanas que no se completaban y fuimos sin conocer a nadie, cuando no era tan común esto de ir a Nueva Zelanda. Y llegamos ahí sin conseguir el trabajo, obviamente. Alquilamos algo y decíamos: “Si no sale nada acá en la ciudad -en Auckland-, de última, vamos a trabajar al campo”. Y no salía nada en la ciudad. Nuestra idea era primero ir a los restaurantes, a lugares que estaban muy bien, restaurantes en la playa, bares y… claro, no conseguíamos nada.
Sí que cuando llegamos -creo que fue el primer o segundo restaurante que entramos-, fuimos los cuatro -aparte es la peor técnica para encontrar trabajo, los cuatro amigos juntos pidiendo trabajo-. Así nunca íbamos a encontrar. La jefa nos dijo que no había trabajo y que dejáramos el currículum, que después nos llamaba… Estuvimos una semana allá en Auckland y dijimos: “Mejor vamos al campo, porque acá parece que no hay nada”. Y allá empezamos a trabajar en los viñedos, en la uva.
¿No os llamaron al final de ese lugar?
J: No, esos no llamaron nunca más, no… Yo tampoco me hubiese llamado en ese momento (se ríe). Nuestro inglés en ese momento no era muy bueno y cuatro amigos juntos trabajando en el mismo lugar no sé si es buena idea. Pero en el campo no tenían ningún problema, mientras fueras e hicieras tu trabajo, no les importaba. Fue bastante duro al principio, la verdad.
Ya me imagino…
J: No estábamos acostumbrados ninguno, pero al estar entre cuatro te das un poco de apoyo moral y la mayoría de los que estaban trabajando eran todos jóvenes -también de distintos países-. Ahí empezás a conocer gente de otros lugares, te empezás a relacionar y eso nos despertó un poco la motivación para viajar a otros lugares.
Hay ciertos lugares de Tailandia donde va muchísima gente, ¿no?
J: Sí, y cada vez más. El primer viaje al Sudeste asiático lo hicimos en 2009 con Dani, después volvimos en el 2013 y 2014 y se nota la diferencia. Primero fuimos desde Nueva Zelanda dos meses y quince días, recorrimos el Sudeste asiático, volvimos a Nueva Zelanda, seguimos trabajando… Después fuimos a Australia y también trabajamos un año, hicimos otros viajes por ahí, por Asia… Por ahí ya nos empezamos a entusiasmar y veíamos que ahorrando en Nueva Zelanda o en Australia se podía viajar por un montón de tiempo.
Porque, además, esos países son bastante más baratos que aquí, ¿no?
J: Claro, y en Australia y Nueva Zelanda se ahorra muchísimo. Se paga muy muy bien, son sueldos muy altos. Australia, en especial, tiene uno de los sueldos más altos del mundo. Trabajás y ahorrás. No me importaba nada hacer los trabajos duros. Yo estaba contento trabajando en el campo, en fábricas… Trabajamos en una procesadora de mejillones, por ejemplo. Pero estaba súper contento de que era todo para viajar.
Es para luego dedicar el tiempo que tú quieras a eso que te llena.
J: Sí, aparte, imaginás: “Bueno, este día de trabajo por ahí en Tailandia son 10 días que estoy viajando sin hacer nada”.
Claro, empiezas a hacer cálculos y compensa.
J: Sí, cuando trabajamos empacando kiwis, estábamos entre 15 y 16 horas al día trabajando y los domingos -que era nuestro día franco supuestamente-, nos parecía que teníamos vacaciones cuando salíamos a las 13:00. Y estábamos ahí con Dani, trabajando. Teníamos que hacer control de calidad de kiwis. Había una cinta, iban pasando kiwis y los que estaban feos los teníamos que sacar. Después de 16 horas mirando un rodillo y los kiwis girar, te volvías loco. Da muchísimo mareo, tenés que despejar un poco la vista porque está todo cerrado ese lugar, para que la gente no se disperse y preste atención a los kiwis. Entonces no puedes ver nada. La tenía a Dani enfrente y claro, mientras hacíamos las cosas hablábamos del viaje, nos incentivaba eso. Así estuvimos un mes trabajando, era al final de la temporada. Pero son todo experiencias que vas haciendo y claro que hubo momentos duros, pero después lo pensás mejor y decís: “Está bueno…”.
Compensó con lo que vino después…
J: Sí, ahí planeábamos viajes. En los kiwis se nos ocurrió hacer otro viaje que fue de Sri Lanka hasta Mongolia. Fuimos desde Australia, queríamos hacer India y China. Después, claro, te vas entusiasmando, mirás el mapa y decís: “Si está Sri Lanka y está Nepal, Bangladesh, Mongolia y Hong Kong…”. Y dijimos: “Bueno, tres meses”. El viaje al Sudeste asiático había sido dos meses y quince días, y sí que al final del viaje Dani estaba un poco más cansada, ya tenía ganas de volver. Cansada de armar la mochila todos los días…
¿Os planteasteis si volver o seguir?
J: Claro, después de ese viaje nosotros volvíamos a Nueva Zelanda y Dani decía: “Me gusta, pero viajes tan largos no quiero hacer. Quiero que sean viajes cortos». Por eso, cuando yo le dije de hacer India y China, ella me dijo: “Bueno, pero más de tres meses yo no aguanto viajando, de verdad que no aguanto”. Y dijimos: “Vamos con pasaje abierto y vemos. Estamos tres meses, si queremos, y nos volvemos». Pero ese viaje terminó siendo de ocho meses o una cosa así. Ahí le empezó a gustar. Y también nos sorprendía que, con lo que habíamos ahorrado, no pensábamos que nos iba a alcanzar para tanto viaje. Pensábamos para tres, cuatro meses… Pero terminamos en Mongolia, todavía nos quedaban bastantes ahorros y dijimos: “¿Para qué vamos a volver? ¡Sigamos viajando!”. En 2011 fue ese viaje. Llegamos a Mongolia, volvimos a China y dijimos: “Bueno, ¡sigamos!”. Así que nos fuimos a Borneo, de Malasia… Hicimos Brunéi, todo Borneo, después fuimos a Indonesia, Sulawesi y Flores -las islas de Indonesia- y estuvo fantástico. Ahí seguimos (se ríe).
¿El blog lo teníais abierto ya para entonces?
J: No, en ese momento yo escribía muchísimo sobre todas las historias de viaje. Pero todo lo tenía en cuadernos y ya empezaban a pesar demasiado, porque los llevaba en la mochila. Y aunque estaba lindo escribirlo, yo lo quería compartir con alguien. Mandaba algunos e-mails, pero luego ya me daba un poco de fiaca [pereza] escribir todo eso en e-mails…
También escribíamos los relatos en una página catalana -que sigue estando, pero ya no tanto como antes y yo la usaba mucho para planear viajes- que se llama viatgeaddictes. En esa época -durante los años 2009, 2010, 2011…- yo planeaba todos los viajes con esa página. Se usaba mucho porque todavía no había muchos blogs. Y los que había eran más de relato personal, no eran nada de guías. No se encontraban guías de viaje. Eran las de Lonely planet y nada más. Pero en esta página la gente tenía publicadas sus guías con el itinerario que había hecho, cuánto había gastado, ponía mapas, fotos… Después sí, lo relataban, pero ya tenías algo que veías y más o menos te podías organizar el viaje. Así que luego dijimos: “¿Por qué no nos abrimos una página nosotros?”.
Para la gente que estaba pendiente de vosotros, por dónde andabais, lo que hacíais…
J: Sí, claro, y nos causó mucha gracia una vez que estábamos viajando por Nepal y nos cruzamos con una pareja de catalanes también. Estuvimos viajando juntos y después les comentamos que nosotros habíamos publicado algunos artículos en esa página y dijeron: «¡No! ¡No lo puedo creer! ¿En serio? Nosotros fuimos a Irán con el relato de su viaje, lo imprimimos todo de esa página. ¡Ustedes son Jota y Dani!».
¿Son los que os encontrasteis en el programa de Catalunya Experience de TV3?
J: Claro, sí, fue con ellos (se ríe). Y bueno, estuvimos un tiempo viajando… Fueron pocos días en realidad, pero nos llevamos muy muy bien y seguimos en contacto desde ese momento.
Además, con la gente que te encuentras en viaje se crea una conexión distinta, especial.
J: Sí, con un montón de gente que conocimos en viaje, por ahí los vimos uno o dos días y después dicen: “Estoy yendo a Buenos Aires”. Y vienen. O si nosotros vamos, nos encontramos. Lo que son las redes sociales… que cuando empezamos a viajar no es que no existían, pero recién empezaba Facebook y por e-mail no es lo mismo, porque vos no vas a estar mandándoles e-mails a todos tus contactos y mandando fotos del viaje…
¿En qué año os fuisteis?
J: En 2009. Dani se había hecho una cuenta -de Facebook- para ir a viajar, para poner las fotos del viaje. Yo, de hecho, nunca me hice una cuenta. Muchos no me creen… Piensan que no se lo quiero pasar. Y me dicen: “Pero pasame tu Facebook”. Y les digo: “Es que no tengo”, pero muchos no me creen. O gente que lee el blog y me pregunta, les digo lo mismo. Entonces piensan: “Este no me lo quiere pasar, no quiere que le moleste”. Siempre les digo que es de verdad, que no tengo.
Está bien así, es una elección personal…
J: Sí, es que uso el de Marcando el Polo y ya está. Y lo mismo con Instagram, no tengo uno personal. Suficiente tengo con esos dos… La verdad es que a mí no me gusta mucho. Lo hago porque es el trabajo, en definitiva, pero si fuera por mí, si no tuviese el blog, no tendría ninguna red social. No puedo asegurarlo tampoco, pero creo que no tendría ninguna. O quizás tendría una para que me contacten, pero no prestaría ningún tipo de atención.
¿Y cómo comenzó vuestra conexión especial con Irán?
J: Estábamos en Australia trabajando en el campo, y de la gente que te vas cruzando cuando estás trabajando -gente de distintos países que te abre mucho la cabeza-, conocimos a unos chicos iraníes que no trabajaban con nosotros, pero sí en el mismo pueblo. Era un pueblo donde todos trabajaban en algo relacionado con la agricultura, la ganadería, etc. Y ellos estaban trabajando cerca. Nosotros vivíamos en un camping donde cada uno podía alquilar su casa rodante [caravana]. Cada uno tenía una privada. Nosotros, con Dani, alquilamos una. Era como tener tu casita, ¡súper lindo! Es que habíamos vivido mucho en casas compartidas y la verdad es que no está nada bueno. Cada uno tiene su habitación, pero después la cocina y el baño se comparten. Y al compartirse todo, es de todos pero no es de ninguno. Entonces nadie lo quiere limpiar…
Claro, se deben establecer unas normas…
J: Sí, pero es difícil. Cambia mucho la gente, también. Estás con algunos que por ahí te llevas muy bien, pero después se van, vienen otros que no tanto… Es complicado. Nosotros teníamos esta casa rodante y estábamos súper bien ahí. Estos iraníes venían ahí al camping a jugar al fútbol, jugábamos juntos y nos empezamos a hacer amigos. Ahí empezamos a hablar de Irán. Empezamos a juntarnos, ellos hacían cenas iraníes, nosotros cenas argentinas, compartíamos cosas… Al principio, para mí Irán era como piensa mucha gente, que es el eje del mal. Un país que está ahí, en Medio Oriente.
Siempre oímos noticias malas en los medios de comunicación.
J: Eso es. Para mí era eso Irán. Y el chico nos decía que él trabajaba de guía de turismo allá. Después nos nombraba la ciudad. Yo en ese momento conocía la capital, Teherán, pero nada más. Pero resultó ser que la ciudad donde vive él es una de las más lindas de Medio Oriente. Es una ciudad hermosa y sí que tiene turismo. Pero para el que no sabe, piensa estas cosas de Irán. Y hay viajeros que van a Irán, gente que está un poco más informada y se interesa un poco más. Franceses siempre hay en todos lados, alemanes…
Así que empezamos a leer, porque tampoco teníamos conexión a internet. No era como está ahora, en todos lados. Australia y Nueva Zelanda, a pesar de ser países muy desarrollados, con eso son de lo más básico que hay. Es muy difícil. En las ciudades, sí, pero salís de las ciudades y es muy difícil encontrar conexión. Incluso vas a un hostel y no hay internet gratis. Te cobran 6 dólares/hora por usarlo… Era una cosa que nos llamaba la atención porque habíamos ido a Camboya y a Vietnam y había internet por todos lados. Después volvías a Australia o Nueva Zelanda y no había. Entonces sacamos libros de una biblioteca. Había unos libros de Irán y empezamos a leer. Ahí nos empezamos a entusiasmar con la idea de ir, y más aprovechando que los habíamos conocido a ellos.
Así que os podían recomendar sitios también, ¿no?
J: Sí, nos decían: “Si a ustedes se les ocurre ir a Irán algún día, avísennos que los vamos a contactar con amigos y familiares. Y dijimos: “Es una oportunidad única ahora porque estamos con ellos, todos los días los vemos, y sí que nos pueden ayudar muchísimo en el viaje porque tienen familia en todos lados, amigos… Estaría muy bueno ir así”. En ese momento queríamos tomarnos un mes de vacaciones, de tanto trabajo, y habíamos pensado ir a Siria, Jordania y Líbano -que después nos quedó la espina-. Yo conocía a gente que había ido, había leído relatos de viaje de Siria. Había muchos españoles que ya habían ido y estaba súper tranquilo. Y dijimos: “Mejor vayamos a Irán ahora que tenemos estos amigos y en otro momento vamos a ir a Siria». Pero pasaron unos años y empezó la guerra…
Es horrible.
J: Sí, es que son países que por más que en algún momento quizás termine la guerra, ya el país cambió para siempre. Queda en la psique de la gente, después de tantos años de guerra, de tanta destrucción, de ver familiares morir, amigos… La gente queda destrozada. Queda un país arruinado después de eso. Entonces nos quedó esa lástima con Siria de que no vamos a poder verlo nunca como lo que fue en ese momento. Pero fuimos a Irán en 2010 y fue una experiencia alucinante, la verdad. Encontramos hospitalidad y buena predisposición con el extranjero en todos los lugares a los que fuimos. Nos recibieron y nos trataron muy bien…
¿Qué es lo que más os sorprendió de Irán?
J: Que era completamente distinto a lo que nosotros imaginábamos, a lo que la gente -incluida nuestra familia- pensaba, porque cuando les dijimos que nos íbamos a Irán casi mueren de un infarto… Pero ya habíamos comprado el pasaje igualmente. Íbamos a ir, no había vuelta atrás. Y comprobamos que no tenía nada de parecido a lo que nos habían dicho, lo que la gente creía, sin saber. Encontramos un país que desde el primer momento que llegamos fue increíble, ¡increíble!
Cuando llegamos, teníamos la familia de uno de mis amigos esperándonos. Fuimos a su casa y ellos nos decían: “Para nosotros los invitados son enviados de Alá y los tenemos que recibir”. Era una fiesta todos los días. Realmente llegaba un momento que terminás muy muy agotado porque, si bien uno aprecia muchísimo eso, todos los días era visitar familiares, para un lado, para el otro, comida hasta que explotaras, y de todo el círculo había un solo chico que hablaba algo de inglés -y no es que hablaba bien inglés, sino que hablaba un poco-. Él, supuestamente, iba a ser nuestro traductor. Era un primo de mi amigo. Pero claro, tenía mucha responsabilidad y a él lo ponía muy nervioso porque habían estado esperando que vinieran los extranjeros y en su cultura no es lo mismo, nosotros no lo tomamos como una responsabilidad tan grande. Para ellos, realmente, hacernos sentir bien era lo más importante. Entonces estuvimos unos días ahí y luego no nos querían dejar ir. Decían: “No, que es muy peligroso, no se pueden ir, no se pueden ir…”.
Si ellos son conscientes de la imagen que tiene su país en el extranjero, ¿quizás también por eso tienen más interés en que el viajero se sienta acogido?
J: Sí, seguro. Lo primero -o una de las primeras cosas- que nos preguntaban siempre en Irán es de qué país sos. Y después te dicen: “¿Qué piensan de Irán en tu país?”. Y se lo decimos: “Mirá, hay mucha gente que piensa lo que se ve en los medios de comunicación”. Porque allí la mayoría de la gente usa unos aparatos como descodificadores y ve todos los canales internacionales, aunque estén prohibidos oficialmente. Y si vos ves las noticias oficiales en Irán, es lo mismo, pero del otro lado. Te muestran guerras, las matanzas en EE. UU., las cosas que hacen… Te lo muestran, pero desde su óptica.
Entonces ellos también creen de Occidente que es peligroso, que es el enemigo… Resaltan mucho la imagen de la falta de ética que hay: las mujeres son todas unas rápidas, que hay las drogas, las cosas que pasan acá, de las fiestas… Muestran mucho esa imagen: “Mirá qué bien estamos acá por nuestra religión y nuestras reglas, nuestras costumbres, que no caímos tan bajo como ellos”. Lo muestran como que Occidente cayó muy bajo y que ellos todavía tienen que mantener su cultura. La gente que solamente ve esa imagen de Occidente también piensa cosas que son rarísimas para nosotros, completamente desfasadas, y te dicen cosas como “no, pero eso no pasa en mi país”.
Todo es por no conocer.
J: Sí, seguro. A nosotros nos han preguntado si las mujeres andan desnudas por la calle, cosas así. La imagen que ven son los videoclips estos de los raperos y esas cosas, les llega eso de Occidente. Las chicas, siempre en bikini por todos lados. Y sí, tienen la imagen de que todo el que viene de Occidente anda tirando dólares para el cielo y anda en yates, en autos descapotables, tiene cinco mujeres alrededor y a ellas no les importa nada… Esa es la imagen que reciben de acá.
¿Y finalmente «os dejaron ir»?
J: Sí, pudimos viajar solos por Irán cuando convencimos a la familia de que íbamos a estar bien. El día que nos fuimos de su casa nos acompañaron hasta adentro del vagón del tren. Pidieron permiso para pasar porque nos tenían que despedir ahí en la terminal. Nos despidieron y el chico este entró hasta dentro del tren, fue a ver cuál era nuestro vagón y se sentó ahí al lado nuestro un rato hasta antes de arrancar y después se fue.
Para asegurarse hasta el último momento de que estabais bien.
J: Sí, y también en el tren venía la gente todo el tiempo. Éramos los únicos extranjeros, entonces se nos acercaban, nos daban comida, nos preguntaban si estábamos bien constantemente. ¡Era fantástico! Y así pasaba en todos lados. Íbamos caminando por la calle y… ¡la gente nos invitaba a las casas!
¿Cuánto tiempo duró ese viaje?
J: Unos 25 días. Ahí sí, volvimos alucinados de Irán. Poco después, cuando estábamos de nuevo en Australia, empezamos a pensar en hacer ese viaje para mostrar que había otra realidad. No era lo que pensaba la gente. Hay un montón de lugares que están tan desfavorecidos por la prensa… Y la gente está tan poco informada que está bueno mostrar otra imagen al viajar de esta manera.
¿Y el momento de la decisión? Porque os imagino ahí con un mapa, planeando…
J: En ese momento la idea era ir al Reino Unido a trabajar. Los dos somos ciudadanos europeos, entonces podíamos trabajar allí [antes del Brexit]. Habíamos visto ya trabajos, incluso habíamos contactado a alguna gente allá. Estábamos con esa idea: ir a trabajar a Escocia o a Gales. Y dijimos: “Hagamos este viaje, terminamos en Turquía, de ahí vamos a visitar a la familia en Italia y después nos vamos a Escocia”. Esa era la idea: cruzar toda Asia a dedo. Era el último viaje por Asia antes de ya empezar a volver. Pero, en realidad, lo de viajar a dedo no surgió en ese momento cuando planeamos el viaje.
¿Cuándo surgió?
J: Antes de hacer ese viaje, queríamos hacer otro último viaje por una de las islas del Pacífico -ya que estábamos ahí, porque estaba cerca y desde ahí es bastante económico ir-, porque yo soy un fanático de la cultura de esa zona. Me interesa mucho, leí muchos libros y me gusta la cultura de ahí: la historia, cómo vive la gente en esos lugares, cómo se relacionan con el mar… Historias de cómo llegó esa gente ahí desde Hawái, cómo iba llegando en canoas que construían ellos y cómo se fue perdiendo todo eso y ni siquiera pescan, directamente. La gente consume otras cosas enlatadas que vienen de Estados Unidos, de Australia… Pero tienen una cultura muy intacta, porque son lugares de acceso muy difícil. Hay acceso a Fiyi, Samoa, pero después hay islas que están muy lejos, perdidas en medio del océano, donde la gente de ahí nunca va a ver otra cosa más que su islita. Y no reciben extranjeros…
Porque también debe de ser muy caro salir de la isla, ¿no?
J: Sí, porque el único acceso es por barco. Cuando te empezás a alejar un poco de las capitales -donde sí hay aeropuertos-, es con barcos cargueros que llevan la mercadería… Y por ahí hay muchos lugares donde hay tres o cuatro barcos al año. El problema es que vos vas, pero después lo difícil es volver, porque tienes que esperar a que el barco vuelva -cuando se llena la mercadería o hay pasajeros suficientes…- y quizás estás ahí varado y se te termina la visa. Es muy difícil planear viajes por esos lugares si no tenés tu propio transporte…
Entonces, el primer viaje de todos los que hicimos desde Nueva Zelanda fue a Samoa: un viaje de una semana. Había quedado alucinado. También quería ir a Vanuatu, pero era demasiado caro. Todo lo que quería hacer era carísimo. Me interesa mucho la cultura de Vanuatu. Es el lugar donde nace el bungee jumping, por ejemplo. Es un deporte que se hace mucho en Nueva Zelanda, se tiran desde puentes atados con una cuerda y quedan colgados… Y nace ahí como un ritual de fertilización de las tierras para cuando venía la nueva cosecha. Entonces preparan unas sogas con lianas de árboles, hacen unas torres de madera, se tiran desde ahí arriba y con la cara tienen que tocar la tierra. Tiene que estar la soga justo a la distancia correcta, claro.
Debe de ser difícil calcular la distancia justa, ¡imagino!
J: Pero la tierra está removida para que no esté dura, no chocan del todo contra el piso. Aunque siempre termina mal alguno… No terminan muertos, pero sí que se dan golpes muy grandes porque la soga está justo a la distancia, y algunos son más altos, otros más bajos… Tienen que tratar de tocar la tierra para tener una buena cosecha el año siguiente. Ahí nace este deporte. Y yo quería ir a ver esas cosas, pero era demasiado caro llegar a la isla. En algún momento lo haré, más adelante.
Entonces, ¿a qué isla fuisteis al final?
J: Decidimos ir a Fiyi que, de todas las islas del Pacífico, son las islas centrales, donde llegan todos los vuelos y de ahí salen a las otras islas. Es la isla más barata de todas, porque al ser “la principal”, la mercadería llega ahí y después se distribuye. Entonces era mucho más barato viajar por ahí. Y había leído un libro de Fiyi que me había interesado muchísimo y por eso quería ir.
Ahí fue que estábamos uno de los primeros días -el primer viaje que teníamos que hacer-, esperando un micro que tenía que pasar, y no pasaba, no pasaba… Preguntábamos, pero ahí en las islas tienen un ritmo completamente distinto al que tenemos nosotros. Nos decían: “Sí, ya va a venir…”. Esperábamos, pasaban las horas y preguntábamos a la gente, pero nos decían de nuevo lo mismo. “Maybe not”, nos decían también. Y ahí nos pusimos a hacer dedo.
Hicimos dedo, frena un camión y el camionero era muy divertido. Teníamos que cruzar la isla principal hasta el otro lado y hay una sola ruta ahí que rodea toda la isla. Entonces íbamos con el camionero todo el viaje hablando -lo bueno de Fiyi es que todos hablan inglés porque fue colonia inglesa- y él estaba súper contento de haber levantado unos extranjeros y fue muy divertido. Bajamos de ahí y dijimos: “Conocimos a este personaje, ahora tenemos una historia alucinante para escribir, para contar. Si hubiéramos hecho dedo desde el principio, no hubiéramos perdido todas estas horas que se nos pasaron ahí parados, bajo el sol, esperando un bus que nunca llegó y encima el camionero contentísimo de habernos llevado. ¡Esto está buenísimo!”.
Así que hicimos todo el viaje por Fiyi así, a dedo. Y todas las experiencias de ese estilo. Gente que, cuando llegábamos al destino, nos invitaba a tomar algo, comer algo, nos mostraba lugares donde no habíamos ido, incluso sus casas… También hemos tenido una experiencia con una bebida que se toma ahí, se hace a través de un ritual con unas raíces que se machacan.
¿Cómo se llama?
J: Se llama kava. Es una bebida que se toma mucho en todo el Pacífico, que tiene algunos efectos alucinógenos si tomas mucho. Y la gente en los pueblos la toma todas las tardes.
¿Y a ellos no les pasa nada?
J: Después de varios que se toman, sí, también les pasa. Se te adormece la boca, la lengua, empiezas a sentir un cosquilleo en la lengua… Si tomás mucho, te quedas medio volado. Y yo quería ver cómo era, quería compartir eso. Ahora ya, en las ciudades, hay bares donde se prepara, pero es más industrial, ya vienen envasadas… Yo quería ir a un lugar donde siguieran secando las propias raíces, moliéndolas ellos y así, por salir de los lugares típicos. Porque el que va de turismo a Fiyi, va al resort y se queda ahí. Pero yo quería salir y caminar. Al estar en un pueblito muy chiquito en una isla, la gente nos llamó, nos invitó a comer con ellos… Comimos y empecé a sacar el tema porque quería ver si tenían para probar… Empezamos a hablar y enseguida la trajeron. “Sí, sí, vamos a tomar, vamos a tomar”, dijeron.
Y ahí surgió la idea de hacerlo a dedo, cuando volvimos de ese viaje.
Porque surgían un montón de experiencias especiales…
J: Sí, cuando viajás a dedo es un intercambio. Hay mucha gente que quizás viaja a dedo con el único incentivo de “me ahorro el viaje y ya está, y no tengo que gastar en transporte”. Pero si el incentivo es ahorrarte plata, para mí no tiene sentido. Te cansás muy rápido de viajar a dedo así. En cambio, cuando el incentivo es conocer gente, vivir historias, ahí es cuando lo disfrutás. Sí que tiene sus momentos duros, obviamente. Estar en la ruta un montón de horas sin que te frene nadie, no es tan bueno…
¿Cuál es el máximo de tiempo que habéis estado esperando?
J: En rutas poco transitadas, una vez estuvimos todo un día y nos fuimos a dormir porque no pasaba nadie. En Filipinas fue la única vez que no pudimos continuar porque no pasaba nadie. No es que no nos frenaban, es que no pasó nadie, básicamente. También era un lugar muy recóndito. Queríamos ir a una playa y nos desviamos de la ruta principal. Era un camino de tierra que iba hasta una playa que estaba a 30 km. Nos levantó uno que iba a un pueblito -que eran diez casas- y así llegamos hasta la mitad del camino.
Pasamos la noche ahí y, como sabíamos que había una comunidad muy chiquita de pescadores en esa playa a la que queríamos ir, pensamos que alguien seguramente iría. Pero no, no fue nadie. Pasó el transporte público que va temprano a la mañana y dijeron: “Vengan, suban, que no pasa nadie más para allá”. “No, está bien, esperamos”, respondimos nosotros. Bueno, se fue y no pasó nadie más en todo el día. Así que volvimos a dormir en el pueblito ese. Igual también fue una experiencia alucinante porque la gente en el pueblo no entendía nada. Dormimos en la iglesia del pueblo, muy chiquitita, a medio construir, sin ventanas… Dormimos allá dentro y una vecina de un almacén chiquito -como un quiosco-, nos trajo comida por la noche y fue muy buena la experiencia. No llegamos al lugar que estábamos yendo, pero fue la única vez.
Creo que ese es uno de los grandes miedos al viajar a dedo, que no te frene nadie…
J: A nosotros lo que nos daba tranquilidad, cuando estábamos mucho tiempo esperando, era pensar: “Si de todos estos autos que pasan, ninguno frena, el que frene va a ser una persona especial. Eso seguro”. Y siempre pasaba así. Muchas horas esperando hasta que el que frenaba tenía la mejor onda, teníamos unas historias muy buenas. Nos ha frenado gente que se ha salido de su camino por muchísimos kilómetros para llevarnos y dejarnos en un lugar mejor. Solamente para llevarnos a nosotros.
Incluso fuisteis con unos monjes, ¿no?
J: Sí, hicimos un viaje por Birmania con unos monjes que fue una experiencia alucinante, muy linda para contar y escribir. Está muy buena esa historia porque estábamos haciendo dedo -en Birmania están todos los coches destartalados, de lo peor que hay-, y nos frenan los monjes con un cochazo… Tuvimos una experiencia muy cercana al budismo. También hablaban algo de inglés, entonces les podíamos preguntar muchas cosas… Y las cosas que veíamos, en realidad, que hacían los monjes, como por ejemplo, fumar, llegar al restaurán y ellos comiéndose un pollo, un cerdo… Pensábamos: “¿Pero estos monjes de dónde salieron?” Y nos decían: “coman carne, coman carne”. Pero nosotros somos vegetarianos…
¿En general la gente comprendía que seáis vegetarianos?
J: Depende del país y de la gente. Cuando están un poco más en contacto con los extranjeros -los couchsurfers y eso- lo entendían un poco más porque seguramente ya habían recibido a gente que era vegetariana, pero si no, no. Muy difícil. En Asia sí que hay países donde la gente no come carne, pero son -por lo general- o los monjes budistas o los que son muy religiosos… Pero si no, dicen: “Pero un extranjero que lo puede pagar, ¿por qué no va a comer carne? No tiene ningún sentido que no coma carne”.
Y yo, en ese sentido, soy un poco más abierto. Porque por ahí íbamos a la casa de alguien que nos está esperando y nos había preparado algo especial. Y la verdad, decir que no, ya de entrada… No puedes llegar y rechazarle la comida. Yo hacía el esfuerzo y lo comía. Y no es que me siento mal ni nada. Mi moral no va a cambiar por comer alguna vez carne, pero bueno, me lo tomo como una excepción. Después, cuando puedo decidir y elegir, hago lo que yo quiero. Pero en esos casos prefiero ser respetuoso con la cultura, con la gente. Entonces Dani me pasaba su parte de carne cuando no la veían. Como estamos los dos, pasaba desapercibida.
¿Cómo fue la llegada a Turquía después de tres años de viaje?
J: Cuando llegamos, teníamos dos sentimientos. Por un lado, ganas de descansar y nada más. Veníamos ya el último tiempo -si bien estábamos disfrutando muchísimo- la última parte del viaje era la que más ganas teníamos de conocer. Todos los países que terminan con «-stan» era lo que más nos incentivaba del viaje, pero nos agotó muchísimo. Estábamos muy cansados, con ganas de dejar de hacer dedo, dejar la mochila, estar en un departamento tirados y realmente no hacer nada por un tiempo largo. Y sentarnos a escribir tranquilos… Porque estar trabajando en viaje también lo complica mucho. Al viajar de esta manera, estar escribiendo y estando mucho en casas de otra gente, no tenés tu tiempo, tu espacio. Y teníamos ganas de estar tranquilos por un tiempo largo. Pero, por otro lado, cuando estábamos terminando el viaje ya estábamos pensando en el siguiente.
Y la vuelta, ¿cómo fue?
J: A veces las cosas las planeás y terminan saliendo completamente distinto a cómo las planeaste, y la vuelta fue una de ellas. La verdad es que desde que llegamos surgieron un montón de cosas que no pensábamos: viajamos bastante por acá dando talleres, gente que fuimos conociendo… Y se fue complicando un poco, se nos fue extendiendo un poco más de lo previsto la escritura de nuestro segundo libro también.
Porque antes de venir para acá estuvimos cuatro meses en Italia, y ahí estábamos avanzando muy rápido con el libro y dijimos: “Bueno, en unos meses lo vamos a completar”. Y después volvimos acá y se complicó bastante.
También hay que aprender a ser flexibles, ¿no?
J: Claro, es parte de la experiencia de la vuelta. Antes de volver esta última vez, vinimos dos veces de visita un mes cada vez, desde Nueva Zelanda y desde Malasia. Entonces íbamos visitando a un montón de gente, corriendo de un lado al otro. Estábamos súper cansados. Esas veces fueron súper caóticas porque llegás, estás solo un mes y todos te quieren ver, pero la mayoría de gente puede verte el fin de semana nada más. Luego nos queríamos ir de Argentina, pero por descansar un poco.
Pero esta vez, como ya sabíamos que íbamos a estar más tiempo, estuvimos más relajados. Y la diferencia es poder volver con muchos proyectos, muchas cosas para hacer acá. Porque si no, muchos de los que vuelven dicen que es ahí donde empieza la depresión posviaje. Vuelven y no saben bien qué hacer. Su cuerpo está acá, pero la cabeza está en cualquier otro lado viajando. Y algunos se deprimen, no saben bien qué hacer y se quieren ir… Porque no tienen ninguna motivación, no encuentran el sentido a estar acá de vuelta. Pero nosotros, en cambio, volvimos ya sabiendo lo que queríamos hacer acá. Sabiendo que es una etapa y tratando de disfrutarla. Cuando estamos en viaje, lo disfrutamos, y cuando estuvimos quietos en Italia, en el pueblito haciendo vida de campesino, genial. Y ahora que estamos quietos acá, también. Tratamos de pasarla bien.
Cada cosa en su momento.
J: Sí, porque sabemos que cuando nos vamos, quizás pasan varios años que no volvemos. Entonces hay que tratar de disfrutarlo ahora, aprovechar este momento. También cuando estuvimos en Barcelona fue hermoso… Nos encantó porque, aparte era -antes de volver para acá- el primer lugar que estábamos donde podíamos hablar con todos, sin problemas, que todos nos entendían. Entender lo que hablaba la gente… Fue rarísimo la primera vez. Si bien en Italia hablábamos el idioma sin problemas, no es lo mismo que tu idioma materno. Entrábamos a un bar y queríamos hablar con la gente… Que nos entendieran era fantástico, ¡parecía alucinante! Y la verdad que la pasamos muy bien. Pero también fue un poco agotador porque fuimos dos veces a Barcelona desde Italia y las dos veces fue con un montón de actividades [entre otras cosas, participaron en las Jornadas de los Grandes Viajes].
Lo mismo que cuando volvés acá por poco tiempo… Montón de gente que fuimos conociendo en viaje, que leían el blog y nos invitaban. Así que era todo el tiempo estar con gente a comer algo, a tomar algo, dar charlas…
¡Qué cantidad de experiencias! Es increíble…
J: Sí, han sido muchos años viajando. Y viajando de esta manera… Porque uno puede viajar a muchos lugares y viajar con otro estilo más de turista, de la comodidad. A veces, salir de la comodidad, de la zona de confort, te da estas historias. Y, para mí, viajar es salir a buscar historias.
En nuestros viajes, si bien nos dejamos llevar por las cosas que van surgiendo en el camino, sí que son bastante planeados y pensamos bien los lugares a los que queremos ir, por qué queremos ir, qué es lo que vamos a buscar y ya pensamos en escribir otro libro. Entonces estoy haciendo mucha investigación para el próximo viaje. Hay muchos lugares donde quiero ir, historias que quiero escuchar, gente que quiero conocer… Tengo muchos lugares en mente. Después van a ir surgiendo cosas nuevas en el camino, se irán abriendo distintos desvíos, pero hay lugares específicos a los que sé seguro que quiero ir. Hay historias alucinantes…
¿Ya desde niño te gustaba el tema de los viajes?
J: Sí, mi papá viajaba y me contaba historias de cuando había estado en Rusia. Historias también de ese estilo, de gente que lo invitaba a las casas… Ya de chico escuchaba eso y para mí una historia era épica en ese momento. A mi papá lo había invitado a su casa un ruso que había conocido en el aeropuerto y se había quedado varado en Rusia. Me decía: “Estos rusos no paraban de tomar vodka y yo acepté, empecé a tomar y al otro día no podía ir al aeropuerto de todo lo que había tomado… Pero los rusos como si nada, porque estaban todos los días así”. Y había estado en Canarias también un tiempo, después el viaje a Italia…
Una de las cosas que más me marcó fue, de chico, cuando mi abuela me regaló un atlas de banderas de todo el mundo con explicaciones e historias de todos los países. Ese atlas era uno de mis juguetes preferidos. Me gustaba mucho ver las banderas de los países y jugaba a eso. Tenía 8 o 9 años y mi mamá me tenía que tapar el nombre del país, me mostraba la bandera y yo tenía que saber qué bandera era. Y me las había aprendido todas, de la primera a la última. Nadie lo podía creer porque era un chico de 8 años que sabía todas las banderas del mundo. Les resultaba gracioso y curioso.
Ya de chico mi fascinación era viajar a los países de las banderas que más me gustaban y me imaginaba cómo serían esos países. Obviamente, me imaginaba cualquier cosa. Pero sí que hay banderas que me quedaron muy grabadas, de países que fantaseaba con viajar ahí. Y después, de grande, haber podido ir a esos lugares, me empezó a traer un montón de historias de cuando era chico… Era fantástico, ¡un sueño cumplido!
¿Qué tipo de historias recordaste?
J: Por ejemplo, había un juego que hacíamos cuando éramos chicos… En el juego, una pregunta que te hacían era: “¿Qué harías si ganaras X millones de dólares?”. Y mi respuesta siempre era la misma: “Viajaría por el mundo”. Mi papá decía: “Seguro que vas a viajar”. Cuando me fui por tres meses, mi papá le dijo a mi mamá: “Este no vuelve más. Vas a ver que no va a volver más”. Y mi mamá decía: “No seas así, ¡cómo no va a volver!”. Pero él respondía: “No, ya vas a ver como empieza a viajar y no vuelve, porque se nota que le gusta esto”.
Uno de los países -de los que yo veía la bandera y me imaginaba de chico- era Laos. Y nada, imagínate un chico que sueña con viajar a Laos, una cosa rarísima… La mayoría de gente ni siquiera sabe lo que es Laos y que un nene de 8 o 9 años diga que quiere ir a Laos… Así que después, cuando fui y vi la bandera enfrente, cruzando la frontera, fue emocionante, la verdad.
¿Qué aprendizaje te ha marcado más durante el viaje de Eliminando Fronteras?
J: Aprendí a confiar mucho en las cosas que más miedo me dan, porque esos son los desafíos más grandes y después son los que tienen los resultados más satisfactorios para uno. Al principio dices: “No, esto no lo voy a poder hacer. Cruzar toda Asia a dedo es una locura”. A los dos, la verdad es que nos daba miedo. Pero después lo hacés y cuando lo terminás de hacer, decís: “Wow, mira lo que hice… Qué fantástico, qué bueno que estuvo…”.
Si no me hubiese animado a hacerlo, me hubiese quedado con la duda. Y así con todos los proyectos. Todos los que te dan más miedo, incertidumbre, son los que al final te van a dar la satisfacción más grande. Hay que darle para adelante con lo que uno sueña, hay que avanzar. Cuando empezás a hacer cosas, cumplís los primeros objetivos que te dan miedo y rompés con esa barrera, después te empezás a animar mucho más. Y dices: “Si pude hacer esto anterior, ¡¿cómo no voy a poder hacer esto ahora?!”. Por ejemplo, ¿por qué no voy a poder hacer un viaje largo en bicicleta? La gente que nunca lo hizo, te dice: “Te vas a cansar, qué locura… Y si te agarra la lluvia, y si te agarra… qué se yo… ¡cualquier cosa!». También te dicen: “Y si te roban la bicicleta, ¿qué vas a hacer?”. Pero si me quedo acá, no hago nada. Mejor me saco la duda, voy y lo hago.
Ante la duda, mejor intentarlo…
J: Seguro. Yo creo que va a salir bien porque tengo mucha confianza. ¿Qué tenés para perder? Si no te gusta, ¿cuál es el problema? Aunque sea fuiste y lo experimentaste. Si no, siempre te vas a quedar con esa duda.
Qué entrevista más interesante! Es increíble que unas personas se planteen viajar durante tres meses y pasen años viviendo esas experiencias tan bonitas… conociendo a tanta gente, culturas diferentes… es una pasada… y bueno, cómo siempre, es un placer leer una entrevista redactada por ti… escribes genial!!! Enhorabuena… un besazo
¡Hola Sonia! Sí, la verdad es que a mí su historia me impresionó desde el primer momento que supe sobre ellos. Además, todas esas experiencias viajeras creo que luego ayudan mucho para manejar mejor la incertidumbre en situaciones como la que estamos pasando ahora con el confinamiento, por ejemplo. Aprender a adaptarse a todo tipo de circunstancias cambiantes incluye también algo tan inesperado como esto… Muchas gracias por compartir tu impresión sobre la entrevista, ¡espero que estéis bien! ¡Un abrazo fuerte!
Hola Ana!
M’ha encantat l’entrevista. Molt interessant. Ara que estem a casa, sense cap viatge a l’horitzó, ha estat refrescant llegir-la.
Espero que tant tu com el Javi estigueu bé.
Salut i fins aviat, espero!
Petons viatgers
Maite
Hola Maite! Moltes gràcies, m’alegro que t’hagi agradat!! Són una parella de viatgers molt inspiradors, sempre expliquen un munt de coses interessants sobre els seus viatges. De moment estem bé, sí! Espero que vosaltres també, tenint en compte les circumstàncies… Tant de bo tot això passi aviat! Una abraçada molt forta!
Hola Ana! Molt maca l’entrevista! M’ha encantat. Fins aviat!
Gràcies!! Em va fer molta il·lusió poder fer aquesta entrevista perquè la seva història em va motivar molt abans del nostre viatge a l’Amèrica del Sud i m’encanta seguir les seves aventures… 🙂 Petonets!