Hay una ciudad con la que tengo un idilio. Y ésa es Granada. Siempre que vuelvo hay algo distinto que me conmueve y me maravilla. Una calle, las vistas, una fuente, cualquier detalle…
Siempre que voy de visita me imagino a mí misma viviendo una temporada en el Albaicín o Sacromonte, mis barrios preferidos de Granada. La primera vez que fui, a finales de año del 2001, tenía unos doce años y desde entonces he vuelto otras cinco veces, por lo menos. Pero cada vez es, por un motivo u otro, muy especial. En esta ocasión volví para recordar esa sensación y para hacerle una entrevista a una persona que conozco desde que era niña, amigo de mi madre, un artista que vive muy cerca del Albaicín.
Pedro empezó trabajando de peluquero en Antequera, en la peluquería de sus padres, y al cabo de unos años estudió Filosofía y se convirtió en profesor de Instituto. Sin embargo, debido a unos infartos cerebrales tuvo que dejar la docencia, pero logró recuperarse y se reinventó de nuevo, estudiando Bellas Artes y dedicándose a pintar.
¿Cuántos años tenías cuando empezaste a trabajar de peluquero?
Unos 15 o 16 años. Empecé a trabajar porque estaba cansado de estudiar y me dediqué a la peluquería durante unos catorce años. Me fui a Madrid de aprendiz cuatro años, ya que en aquella época no había escuelas de Formación Profesional, como hay hoy en día. Entonces, fui a aprender con un peluquero. Allí hacíamos ensayos para la presentación de la moda de primavera-verano y otoño-invierno, donde a veces estaba hasta las tres de la mañana con las modelos haciendo esos ensayos, reduciendo tiempo, hasta conseguir que el peinado saliera en tres minutos.
¿Y te gustaba dedicarte a la peluquería?
Sí, pero al volver a Antequera, como había dejado los estudios, me planteé hacer el Bachiller Superior, lo que ahora es 1º y 2º de Bachillerato. Y ahí me di cuenta de que la Filosofía me llamaba mucho, era una cosa impresionante. Entonces acabé el instituto y me vine aquí a Granada a estudiar Filosofía, pero seguía trabajando. Me venía el sábado, cuando acababa de trabajar, recogía los apuntes de la semana anterior, me ponía al día y los lunes, martes y miércoles asistía a clase. Al mediodía me iba otra vez para Antequera, trabajaba hasta el sábado en la peluquería, y por la tarde me venía aquí otra vez. Pero me gustaba mucho. Y acabé la carrera y me apunté a las listas. La de Barcelona fue la primera que me llamó.
¿Tenías claro, entonces, que querías ser profesor?
Sí, tuve un muy buen profesor de Filosofía en el Bachillerato. Es como un enamoramiento que te hace el profesor con su asignatura… Y entonces eso me sirvió para muchas cosas.
¿Cómo fueron las primeras veces que diste clase?
¡Uy! Las primeras clases eran fatales. Me costaba mogollón resumir todo lo que yo había aprendido en la facultad para gente que no va a hacer esa carrera, simplemente para tener un poquito de conocimientos de lo que es esa técnica de la Filosofía.
¿A tu familia le dio pena cuando te fuiste de Granada?
En principio sí, pero luego vieron que había hecho lo correcto. Cuando me fui a Barcelona, a mi padre le quedaban unos ocho meses para jubilarse. El trabajo que hacía yo, lo asumieron ellos, porque ya no era plan de buscar a nadie. Y una tía mía, que también era peluquera, se quedó con la peluquería.
¿Cuántos años estuviste trabajando de profesor?
Unos dieciséis. Esto fue en 1980 y a mí me prejubilaron en 1996. Y después de prejubilarme, me surgió la misma pregunta: “¿Qué hago yo? Si esto es lo que más me ha gustado…”. Yo no me quería marchar de la enseñanza, yo quería que me dejaran algo de docencia, pero no tanta, porque me suponía mucho estrés y era lo que tenía que evitar.
¿Qué ocurrió para que te prejubilaran?
Me dieron una serie de infartos cerebrales, pero después me recuperé muy pronto haciendo ejercicios de memoria, de escritura…, porque se me fue todo. Yo tuve que empezar a estudiar otra vez Filosofía. Bueno, no exactamente estudiar, sino recordar fechas para poderlas decir en las clases. A última hora yo me preparaba las clases lo mismo que me las preparaba el primer día.
¿Se te olvidó todo?
Sí, sí. Incluso hablar. En esa pérdida de conocimiento, perdí el lenguaje y perdí la conciencia de las palabras. No entendía lo que me decían. Si tenía ganas de beber y me daban agua, la tomaba, pero si me habían preguntado: “¿Quieres agua? ¿Quieres beber un poquito?”, yo no sabía qué era lo que me decían.
¿Fuiste consciente de lo que te pasaba en ese momento?
Fui consciente nada más despertar de los tres días que estuve en la inopia, fuera de órbita. Fue en Málaga. Al despertar me di cuenta de que no podía hablar, no podía comunicarme. Había perdido el movimiento del lenguaje, no podía articular. Son secuelas que dejan los ictus. Depende en qué zona te dé… La parte derecha de todo el cuerpo la tuve que recuperar haciendo bastante ejercicio.
¿De dónde sacaste fuerzas?
Creo que eso es el instinto básico de supervivencia, que te dice… ¡Tú no te puedes ir tan pronto! ¡Aquí hay que seguir pa’lante como sea! (se ríe). Al principio estás totalmente en la inopia, fuera de onda. Empiezas a despertar con los ruidos del hospital, del que está al lado con el oxígeno… Con todos esos ruidos, te preguntas: “¿Dónde estoy?”. Estuve unos veinte días en el hospital, después de todas las pruebas que me hicieron para ver si había habido trombos…, pero no. Al final determinaron que había sido cuestión de estrés. No había ningún motivo físico de algún trombo que hubiera…, sino que era el estrés, que presiona las arterias y pasa menos sangre.
Y cuando te fuiste recuperando, ¿quisiste intentar volver a la docencia?
Sí, y volví. Lo que pasa es que no podía con el curso.
¿Cómo llevaste esa transición cuando te prejubilaron?
Tenía que hacer rehabilitación para mejorar la movilidad de la mano y la pierna. Entonces tuve que tomar conciencia de eso y hacer ejercicios y demás. Como mi hermano había hecho Bellas Artes, había estado un montón de tiempo viendo esa técnica de cómo pintar, cómo esculpir… y la tenía muy asumida. Entonces, me dijo: “Oye, pues para la mano igual te vendría bien aprender el dibujo, la orden cerebro-mano… ¿Por qué no te apuntas a Bellas Artes?”. Y la fisioterapeuta también me animó. Entonces me apunté. También por la motivación de decir: “¿Qué hago yo ahora?”. “¿Qué hago yo con mi vida?”, me preguntaba. Y encontré esa ilusión, porque dentro de la Filosofía siempre me ha gustado la estética.
Y te volvió la ilusión…
Sí, de hacer algo nuevo. Además, ese trabajo me servía para mejorar. La mano, ahora está totalmente recuperada.
¿Qué opinas sobre la vocación?
La vocación no está en lo que hagas, sino en cómo lo hagas. Mi vocación ha sido siempre la misma, pero según mis circunstancias de vida y personales la he enfocado hacia una cosa u otra. En mi caso te podría decir que mi vocación ha sido buscar siempre lo incógnito, lo que no te han dicho. Yo me he tenido que reeducar continuamente. He sido educado desde chiquitillo en la tradición cristiana, con todas las contradicciones que poco a poco he ido viendo. Contra todo eso he tenido que luchar. Y me di cuenta de que todo lo que me habían enseñado – la historia vista por los franquistas – era totalmente falso, lleno de mentiras, y de que me tenía que educar yo por mi cuenta.
Y perseguiste esa incógnita…
Eso es. Hay vocaciones que se enfocan toda la vida en una dirección. ¡Perfecto! Pero en mi caso, no. Y con la pintura me pasa lo mismo. Una vez que he hecho una exposición, no vuelvo a poner un cuadro más de esa manera. Busco otros motivos u otras cosas, porque yo no tengo intención de ser un gran pintor. A mí me gusta investigar técnicas. Empiezas con el realismo de la escuela y luego te das cuenta de que estás pintando un color, con otro color… Y eso va formando lo que te dé la gana. ¡Qué más da que sea una figura o un cuadro abstracto! Estás utilizando colores. Los paisajes los puedes reducir a una cosa escueta, más de impresión… Tampoco hay que entender las intenciones del pintor, sino cómo te llegan a ti.
¡Qué difícil el mundo artístico!
Eso se aprende haciendo. En cada cuadro hay una nota que la guardas para siempre. Un detalle que lo has hecho inconscientemente, que te ha salido y luego resulta que cuando lo ves, te das cuenta de que lo importante del cuadro está en ese detalle.
Es algo que te sale al desarrollar tu pasión, ¿no?
Sí, por eso los abuelos se lo pasan tan bien con los nietos, porque reviven esa ilusión, esa pasión que pone el niño en el juego, que se le olvida el tiempo, el mundo, todo. Está metido en el juego y no existe nada más. Eso a veces se pierde, colarte en ese mundo y olvidarte de todo el resto.
¿Qué le dirías a una persona que se siente perdida?
Que haga algo. Lo que sea, pero que no se quede paralizada, porque eso puede ayudarle a darse cuenta de otra cosa, a hacer un pequeño descubrimiento. Hasta que se vea en unas circunstancias en que ha salido bien su respuesta a esa situación. Todo es posible. Y si no quiere, que no haga nada, pero que sea consciente de que no está haciendo nada y de que está ahí. Y entonces, en algún momento… cambia el chip. Estamos hechos para hacer. Equivocándonos, claro.
Cierto…
Sócrates decía que la verdad está en la investigación sobre ti mismo. Él, con preguntas, simplemente les hacía llegar a los alumnos a la verdad, pero sin decirles cómo. Y ellos se daban cuenta de que la sabiduría estaba en ayudar, en la conversación, el diálogo. La cuestión es tener la ilusión de estar aprendiendo continuamente.
M’encanta Ana l’entrevista, reflexa molt bé com és el Pedro, un enamorat de la vida. Felicitats guapa! Pedro, a tí un abrazo desde Barcelona y nos vemos pronto!
Moltes gràcies mama!! Un petó molt fort! 🙂
Una entrevista muy interesante y una persona también muy imteresante. Siempre os habia oido hablar de él pero no tenía ningún dato sobre su vida pero ahora que he leido la entrevista me encantaria conocerle!!! Tiene que ser muy agradable e interesante escucharle contar todas esas experiencias de vida……Un beso muy fuerte, preciosa, sigue asi que vas por muy buen camino!!!!
¡¡Muchas gracias, tía!! Sí, la verdad es que las conversaciones con Pedro siempre son muy inspiradoras para mí 🙂 ¡Un abrazo fuerte!
Qué vida más interesante, una buena lección para muchas personas, por superación e por no perder nunca la ilusión de lo qué realmente te gusta, bonita entrevista, besitos y ya estoy esperando la siguiente!!!
Cierto…¡Qué importante es no perder la ilusión! ¡Muchas gracias, Sonia! 🙂
Me ha encantado la entrevista, enhorabuena para ambos por saber transmitir la ilusión por la vida en el texto, con el calor de las palabras y el color con los dibujos. Besos Perico
¡Muchas gracias, Nani! ¡Un abrazo!
M’ha agradat molt l’entrevista. Et felicito. El Pedrito…com sempre genial!
Quins bons records d’aquelles visites a Granada!!!!
Un petó des de la ciutat que t’enyora?
Maite
Moltes gràcies Maite! Me’n alegro que t’hagi portat bons records! Un petó molt fort! 🙂
Un rato muy agradable leyendo la entrevista con nuestro amigo Pedro en persona. Aunque tengo la suerte de que nuestros caminos se cruzaran hace muchos años siempre hay cosas q no sabes d los amigos.
Entrevista muy bonita, fotos y cuadros entrañables.
Molt bè Ana i molta sort
¡Muchas gracias Paca! ¡Me alegro mucho de que te haya gustado la entrevista! 🙂
Una entrevista muy interesante. Gracias Ana y Pedro por ser capaces de transmitirnos esa idea de que cuando una puerta se cierra siempre hay otra que se abre. Lo importante es no quedarte en el pasillo. Siempre hay que seguir hacia delante.
¡Muchas gracias Piluca! Eso es… Ante todo hay que tirar hacia delante 🙂 ¡Un abrazo!